... a lo personal?


Este verano he conocido a una persona muy especial, una mujer sencilla… con sus hijos…, su marido…, el hijo de este…, sus trabajos temporales, sus creencias, sus dichas y como no, sus desdichas.

Os la presentaré, su nombre María, como más de una ¿verdad?. ¿Nuestro encuentro? Casual, como muchos otros…. Pero, algo hizo que dejara huella y me planteara compartirlo con vosotr@s. Me ha gustado conocerla, al igual que a mucha otra gente en mi vida; pero, ante tanta generalidad…, algo ha marcado un antes y un después de este verano, o quizás en mi vida.


Intenté sonreír a cada una de sus palabras, presentía que era lo que ella necesitaba, y su voz me hacía sentir. Le mostré mi silencio cuando no era necesario terminar la frase, mi conversación cuando había tensión en sus recuerdos, mi apoyo y mi confianza cuando no hacía falta aceptar su conducta, cuando su tono de voz atenuaba en un susurro su ayer y … seguramente también, su mañana.  

No sé, si he conseguido estar a la altura de estos momentos, pero os aseguro que se ha ganado un trocito en mi corazón.

Supongo que en algún lugar estará escrito, para la mayoría de nosotr@s siempre es más fácil, en un momento de tensión, contar nuestros desventuras a un desconocid@, y aunque esto aparentemente, no solucione nada, en nuestro interior conseguimos un suspiro, un desahogo. 

Esta persona, con un nombre y una vida, pero anónimo para nosotros, nos escucha y sin juzgarnos, nos ofrece su tiempo, su compañía y quizás algo que no aprendemos a valorar, lo más importante… su sonrisa.

Era verano, hacía calor, ni en la orilla del mar corría una suave brisa, mamas en las toallas y tumbonas, los niños, jugaban y reían en la arena.  Nunca nos habíamos visto, y por lo que he aprendido en la vida, tampoco creo que nos volvamos a ver. Era el momento de que se cruzaran nuestras vidas, y así ocurrió. Una sonrisa, los niños se ponen a jugar juntos…

Estoy pensando que esto se pierde con la edad, ¿verdad? Cuando eres niño, no te preocupa lo más mínimo no saber el nombre del niño con quien estás jugando, solo te quieres jugar, pasar el rato, reír y quedar la mayoría de veces para otra tarde, que casi siempre, nunca llega. 

Nos hacemos adultos, y necesitamos mucho más tiempo para poder empezar a sonreír, y a intercambiar un saludo, y si algún acontecimiento lo facilita…, y tenemos un buen día…, empezamos a charlar con un desconocid@. Los niños, por el contrario, sólo requieren proximidad.

En fin, mi encuentro con María me hizo recordar momentos de mi vida, que pensé había sobrevalorado. La escuche cuando contaba que antes era más tímida, pero por el bien de sus hijos tuvo que lanzarse a la aventura como ella misma definía, y empezar hablar con todo el mundo. Me contó que tuvo que aprender a sonreír a todos, aunque el día no acompañara... A mostrar serenidad ante comentarios que llevaran dirección de agraviarla.

Me hizo ver que no merece la pena discutir con tu pareja por asuntos que no sean realmente personales, y que no vale a tomarse todo a lo personal. Y entender que a los hijos les ayudas a venir a este mundo, pero sin escritura de propiedad. Que ellos tienen que vivir su vida, y tú la tuya. Sí! Sí! Hay que procurar enseñarles lo que esta bien, pero hay que entender que tienen derecho a decidir.

Conforme pasa la vida amiga mía, me decía, te rodeas de gente nueva, a la que puedes gustarle o no, sea quien sea!. Y que aunque te adaptes a las nuevas condiciones de tu vida, no tienes el por que cambiar los pilares que te han llevado hasta este punto. 

Si siempre has dicho las cosas claras, y ahora haces lo mismo, seguramente te tacharán de mala educación, si te quedas callada, serás una víbora que se lo guarda todo… si dices algún comentario “obvio” la listilla de turno te rectificará, con las risitas de las palomitas que pululan a su alrededor...

En otras palabras, que la vida no es tan diferente a cuando eras niñ@, que no cambiamos la vida, sino nuestra manera de vivirla, así que… apliquemos las normas de nuestros hijos, no nos tomemos la vida a lo personal, que al fin y al cabo, como dijo mi amigo Floren, las cosas tienen la importancia que uno le da…

María me aconsejó colocarme un saco roto en la espalda, y echar en su interior muchos momentos que se cruzan en tu día a día, así al seguir caminando –me explicó-, estos caerán al suelo que vas dejando atrás, y dormirás mejor sin tener que llevar tanta carga en tu vida.

¿Qué os parece? ¿Hacemos un agujero en esa mochila que llevamos todos en la espalda…?

Por probar...

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