CONFESIONES DE UNA MADRE

Estoy segura que no soy la única mujer que quisiera clonarse para estar en más de un lugar a la vez. Si tuviera a lo menos un clon, alcanzaría a trabajar, ser el chofer perfecto de los niños (ese que llega tan temprano que es el primero en la fila para que el niño no espere), ir al supermercado, supervisar tareas, ordenar la casa, compartir con mi marido, dormir… Todo sin perderme cumpleaños varios (a los cuales siempre llegaría con el regalo ideal) o dejar de ver a mis amigas (a quienes confieso que a veces sólo alcanzo a leerlas en un chat).

Pero no. Soy única, para bien y para mal. Por ende, trato de dividir mi tiempo lo mejor posible pero siempre fallo en algo. Vivo atrasada. Siempre con buenas razones y las mejores intenciones, pero odio vivir corriendo y no importa cuánto me apresure o cuánto trate de organizarme, no hay caso. Siempre hay una reunión de última hora, o un accidente en la carretera, o un problema con la computadora, o un hijo que se enferma inesperadamente. Ni hablemos de las lluvias sorpresivas, las llaves que no encuentras en la cartera, el celular que se te quedó y tuviste que ir a recoger. Mis amigas me entienden y lo toman con humor, mientras que mis colegas lo toleran porque no les queda otra.



Y no hablemos de algo que perdí hace casi 6 años. Mi bendita memoria. A veces la recuerdo con una nostalgia tal que se me llenan los ojos de lágrimas de emoción. Pensar que me sabía los cumpleaños de todas mis amigas sin depender de mi Blackberry o de Facebook. Incluso me sabía sus teléfonos de memoria. Modestia aparte, antes de ser mamá tenía una memoria fabulosa. Como por arte de magia, las hormonas del embarazo se apoderaron de mi cerebro y empecé a olvidar algunas cositas por aquí, otras cositas por allá. Pensé que después de dar a luz, todo volvería a la normalidad. Pero el parto no me devolvió ni mi cintura, ni mi memoria. Para recuperar ambas cosas he tenido que esforzarme mucho y debo confesar que nunca volvieron a lo que eran antes. Y ni hablemos de lo que pasó después de tener a mi segunda hijo. La situación claramente empeoró, agravada por la falta crónica de sueño y el déficit atencional que implica tener que estar pendiente de 2 hijos además del esposo, la casa y el trabajo.

Claro que si alguien me pregunta si cambio el ser una mamá agotada que trabaja y corre sin cesar y que tiene que apuntar todo en su agenda electrónica porque si no se le olvida hasta lo que desayunó (si es que alcanzó a desayunar)… Respondo: por nada en el mundo. Ser mamá hace que todo valga la pena. Especialmente si tienes una hijo manipulador que a las 3 de la mañana se despierta con pesadillas, pero que al verte, te abraza y te dice “Mami, estás preciosa”. No me importa si lo dice sólo para que la deje meterse en mi cama. Me encanta escucharlo, aun cuando obviamente a las 3 de la mañana estoy hecha un verdadero desastre.

-me enviaron este texto por email, y me encanto!

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